Ocurrió cuando intentaba editar mi primer fanzine. La publicación se llamaba Xplosión, y era un batiburrillo de historietas que nos había mandado gente de toda España, textos con muchas faltas de ortografía, entrevistas a los grupos que tocaban en las fiestas de nuestro barrio y críticas demenciales de discos y películas. Es decir, una publicación sin pies ni cabeza.
No había aprendido la lección de las entregas en la facultad de arquitectura. No era nada raro el día de entrega final que nos presentabamos en la tienda de imprimir planos con un archivo de autocad (programa estandard de dibujo vectorial) que ocupaba diez disquetes de 3 pulgadas y media. Como ya estabamos en la edad de Windows 95, esa operación de compresión se limitaba a cambiar disquetes según el ordenador te lo pedía. No habíamos aprendido, a base de hostias, que si te presentabas con diez discos en cualquier sitio, SIEMPRE ALGO FALLABA. Era de cajón. Así que se grababa el dichoso archivo dos o tres veces por si las moscas. 20 o 30 disquetes, según fueras de precavido. O de imbécil.
Entonces estaba desesperado. Y como no había aprendido la lección, cometí todos los errores del pasado uno por uno y con el efecto amplificador de este gran proyecto.
El archivo de Corel (programa de maquetación gráfica) ocupó la friolera de 100 Megabytes. 100 Megabytes ahora es una minucia. Una ridiculez que se guarda en una tarjeta del tamaño de una uña, de un cabello, de un átomo de polvo en la gran extensión del Universo. Entonces era un archivo de fenomenal tamaño, de gigantescas proporciones. La escala cambia día tras día sin que nos demos cuenta. Baja el precio de la memoria como a diario sube el precio de la gasolina. Pero entonces eran 98 disquetes. 98 disquetes que tenían que salir de mi ordenador a una imprenta.
No funcionó llevar 98 disquetes grabados a casa de un amigo que ya había comprado la carísima unidad grabadora de cedés para enriquecerse con el negocio de piratear discos de música. Cerca de la mitad contenían ‘errores de redundancia cÃclica’. Mi amigo me deseó suerte.
No funcionó sacar el disco duro de las entrañas de mi Unidad Central de Proceso (CPU) y llevárselo ingenuo al impresor. Un ex ganadero fumador de puros, y que más tarde llegó a ser alcalde del Partido Popular en Manzanares el Real. Directamente no sabía lo que era aquel objeto que yo le ofrecía desesperado. Su maquetador pidió un cedé y me deseó suerte también.
Lo único que pudo hacer salir aquel fenomenal archivo de mi ordenador fue llevarlo a ‘ese informático amigo de la casa’. Conectar mediante nosequé incomprensible sistema de puertos paralelos mi unidad a otra que tenía la carísima unidad grabadora de cedés. Grabar un cedé, que entonces era tan complicado como construir una presa para finalmente llevárselo al ex ganadero fumador de puros.
La semana pasada encontré varios disquettes en un contenedor de basura. Inserte el disco 5 de 37 y pulse Enter.