Leo en elpais.com una entrevista al primer ministro de Groenlandia Kuupik Kleist cuya imagen de bonachón figura bajo el titular «Tenemos la segunda reserva de petróleo y la vamos a explotar». Este socialista, representante del partido inuit (lo que nosotros solemos denominar, según ellos erróneamente, esquimal; inuit aún no figura en nuestro diccionario), se encuentra actualmente en la Cumbre de Copenhague, «defendiendo» los intereses de su pueblo.
Os pondré en antecedentes. Groenlandia, 56.000 habitantes (sí, el aforo del Vicente Calderón), es un territorio autónomo perteneciente a Dinamarca, que no está integrado en la UE y que en 2008 decidió ampliar su estatuto de autonomía para gestionar unos recursos económicos mayores, para tener la posibilidad de acogerse al derecho de autodeterminación y, atención, para tener el control de sus recursos petrolíferos y gasísticos. Gracias a este último aspecto han otorgado desde entonces hasta siete licencias de prospección a las grandes multinacionales de los combustibles fósiles. Actualmente la economía de la isla se basa en la exportación de pescado, en la subvención del Reino de Dinamarca y, ojo, en la emisión y venta de sellos postales (¿quién no querría tener un sello de Groenlandia?).
Lo cierto es que la entrevista no tiene pérdida y recomiendo leerla entera. Para empezar, Kleist reconoce a preguntas de Rafael Méndez que tiene un dilema (dicen que asumir que hay un problema es el primer paso para solucionarlo): por un lado su «país» es de los más afectados por el aumento de la temperatura debido al cambio climático y por otro reconoce que tiene un gran interés en el beneficio económico que se derivaría de la venta del petróleo que atesoran sus reservas. Luego, para justificar este punto, declara que Groenlandia es un país en desarrollo (supongo que Etiopía, por ejemplo, se sentirá muy identificada con la situación socioeconómica de esta isla) y que, para dejar de depender de Dinamarca cuyas subvenciones representan el 40% del PIB de este territorio, necesitan satisfacer a los «mercados hambrientos de energía» a cambio de dinero, claro. Por último Kleist describe cómo les afecta el cambio climático (dicho sea de paso, provocado por los gases de efecto invernadero procedentes en su mayoría de la combustión de materias fósiles) y se muestra intranquilo por las consecuencias que para ellos tendrá la retirada de los glaciales y la desaparición del hielo en muchas partes de la isla.
Si bien es evidente que no soy ni psiquiatra ni analista político, tras la lectura del texto sospecho que Mr. Kleist podría padecer algún tipo de problemilla (ya sea uno mental o alguno provocado por oscuros intereses que nada tienen que ver con el pueblo al que representa). No es difícil imaginarse al bueno de Kuupik con un angelito soplándole en uno de sus oídos y un demonio con una camiseta de Exxon o de Texaco en el otro. Este galimatías de intereses encontrados dentro de la cabeza del primer ministro deriva en un posicionamiento polarizado que supongo que será lo que esté defendiendo en la capital danesa,…, o no.
Si en la Cumbre de Copenhague estamos en manos de que una persona elegida como mucho por 56.000 votantes (siendo muy generosos) y que parece no saber lo que quiere, decida si se quema o no la segunda reserva mundial de petróleo (su capacidad parece ser sólo superada por la de Arabia), estamos jodidos. Estoy de acuerdo en que los pueblos tengan capacidad de decidir su propio rumbo, pero está claro que en un mundo en el que lo que haga un país puede afectar muy negativamente al resto, su libertad choca con la libertad de los demás habitantes del planeta. Y también parece evidente que cuanto más reducido sea un estado, más influenciable será: me imagino a las grandes corporaciones privadas frotándose las manos tras el referéndum de 2008. ¿Seguro que es buena idea crear países y estados cada vez más pequeños con cabecillas elegidos por cada vez menos votantes?