Cuando conocí a Jomi Oligor, él subía la cuesta de la plaza del tubo de Palma de Mallorca, hace algo más de un año, precedido por cosita, seguido de su nariz, pasando por su sonrisa siempre pícara y coronado por su extraños pelos en las orejas. Desde la butaca de su teatrillo de las maravillas no se le veían. La oscuridad y los susurros embriagaban los sentidos y el corazón, y uno se bañaba en las tribulaciones de virginia sin dudarlo, dejándose llevar. Después de una hora salía con una sonrisa que le duraba unas semanas. Los hermanos oligor es la única vez que hemos montado teatro para basurama, y la verdad es que es uno de nuestros mejores recuerdos haber trabajado con ellos. Recuerdo a Jomi sentado en un sofá de skai que apareció en un callejón del barrio chino de palma y a Pepe canturrear rumbas con ukelele en el clandestino. Ahora ese mundo se lleva a la gran pantalla, para poder verle las costuras a las marionetas basurilla que ellos mismos construyeron. Aparte de lo que se cuenta (doy fe), también es maravilloso cómo se cuenta, dicen. No os perdáis la película, sólo va a estar en los cines Verdi de Madrid y Barcelona hasta el jueves día 15 de Noviembre.
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Uno de nuestros grandes ídolos, Jordi Costa, escribía ésta crítica el otro día (ojo, el ininteligible tercer párrafo trae una referencias que también tienen mucho interés, aunque los Oligores, seguramente, no los conozcan de nada):
El ruido de las cañerías creaba una banda sonora casual en el sótano de Valencia donde los hermanos Oligor permanecieron concentrados durante tres años construyendo juguetes imposibles, autómatas con corazón, mecanismos oníricos y trenes eléctricos en dirección a una infancia que sólo quienes ya han claudicado podrían llamar irrecuperable. Con esos materiales dieron forma a un espectáculo teatral –Las tribulaciones de Virginia- que, en un principio, fue representado ante reducidos círculos hasta que el eco fue llegando más lejos y esta pareja de inclasificables visionarios salió a recorrer los circuitos del teatro experimental.
Montaje de bolsillo que sólo se representa ante 50 espectadores cada vez en el interior de una carpa de ceñido espacio, Las tribulaciones de Virginia es la posible destilación de una historia de desamor que dejó herido a Jomi Oligor y, también, su creación terapéutica, su estrategia para contar historias (con bailarina y elefante) y contarse a sí mismo. Pero aún hay más: Las tribulaciones de Virginia y esos años de numantino encierro son el territorio del diálogo entre dos hermanos que sólo han sido capaces de comunicarse a través del arte. Los hermanos Oligor, documental de Joan López Lloret, se acerca al misterio del acto creativo y a los misterios de los hermanos Oligor, conquistadores de una Arcadia perdida, y logra ser un trabajo tan excelente, lúcido y conmovedor por lo que cuenta como por lo que no cuenta, tanto por su impúdica intromisión en un universo privado como por su cautela al pasar de puntillas por sus zonas de sombra.
Uno se siente tentado a pensar que esas sonoras cañerías del sótano de los Oligor conectaban, a través de un trazado onírico y subterráneo, con el estudio de otros hermanos (en este caso, gemelos y norteamericanos), los animadores Stephen y Timothy Quay, capaces de encerrar en el desván de su imaginario las esencias de cierta sensibilidad centro-europea (de Bruno Schulz a Robert Walser, pasando por Jan Svankmajer) y de domesticar a la luz y a la sombra en hipnóticas coreografías de lo crÃptico. Siguiendo esas mismas cañerías, quizás un explorador curioso podría acabar descendiendo a esa Zona de Subcultura de la que hablaba Bruno Schulz a propósito de Witold Gombrowicz: una mitología privada construida con las sobras del banquete oficial en el líquido amniótico de la inmadurez.
En la poética de los Oligor, la infancia es el paraíso perdido a reconquistar y la estrategia para lograrlo pasa por los caminos, no siempre gratos -ni mucho menos fáciles- del amor o la creación. La pérdida es el islote desde el que Jomi Oligor, con la complicidad de su hermano y el contrapunto racionalista de su primo, desgrana su historia: un islote que sus palabras y las imágenes que dispara su artesanal sentido del espectáculo reformulan como espejo universal y punto de encuentro. En suma, como comunicación pura.
Es imposible ver Los hermanos Oligor –una de las más extrañas (y también de las mejores) películas españolas de la temporada- sin sentir el deseo irrefrenable de entrar en esa carpa itinerante y asistir a una representación de Las tribulaciones de Virginia, pero el documental de López Lloret tiene vida y entidad propia: incluso sus derivas –como la que nos lleva al recuerdo del muro de Berlín- abren insospechadas ventanas de significado, elevando la sensibilidad Oligor a categoría.
«la gente iba a ver a valentín a su cueva. ahora es valentín quien va de pueblo en pueblo dejándose ver…»
dar forma a los sentimientos, construir un mundo, ver lo grande que esconde lo pequeño, vivir por amor, empeñarse en conocer para crear y llegar a crear lo que se desconoce, buscar y hacer (y en medio encontrar).
el mismo escenario, el mismo lenguaje, los mismos personajes… los 2 corazones. y los hermanos oligor. cables, cartones, cajas, bicis, ilusión y empeño.
creer y hacer. dibujar y crear. «hay un momento en el que de pronto se pierde la infancia. pero el ser creativo, te devuelve a ella…», «lo que más tengo en la cabeza son imágenes no reales…»
transmitir, lanzar un mensaje en una botella…que alguien leerá y algo hará en él. y virginia? dónde estás?
si entro en la cueva, pfff….
qué ganas de ver las tribulaciones de virginia… me emocionaré al ver el escenario y lloraré cuando vea a virginia dando vueltas.
ahora hay un chavalín que seguro está soñando con marionetas…