Como paradoja, citar aquella que siempre se plantea hablando de las tiendas gratis: No sería conveniente regalar los objetos porque, de esa manera, se pueden volver a convertir fácilmente en basura o ser revendidos como chatarra, o ser olvidados rápidamente por su usuario, quien, en fin, no los necesitaba.
Bien, ante ese problema, yo opino: si medimos por el mismo rasero a una tienda gratis y a una de pago, deberíamos concluir que en ambas cada cual es soberano de hacer lo que le plazca con lo que adquiere.
En contraposición a eso, la tienda gratis aporta la reflexión sobre el dinero que las tiendas de trueque no aportan: ¿cómo comparar el deseo y la necesidad, el valor de uso y de cambio de los objetos? ¿Cuántas playstation 2 hacen falta para pagar un colchón? En efecto una playstation 2 tiene un avance tecnológico alto, una serie de materiales difíciles de conseguir (para empezar, el coltán, mineral africano en permanente disputa) y, sobre todo, un halo como de lujo, de importancia, esencialmente logrado mediante su precio original, cunado fue presentada, además de un galmour innegable entre los vecinos de tu bloque. Actualmente cuesta 80 euros de primera mano, dado que la playstation 3 la ha desbancado. Sin embargo, un colchón de matrimonio rara vez baja de 100 euros, y te ofrece un buen descanso, que resulta innegablemente esencial para la vida humana. Tiene su propio desarrollo tecnológico y también un montón de materiales difíciles de encontrar. Todo depende de quién busque qué. Un niño (casi) nunca elegiría un colchón, un adulto casi nunca elegiría una Play. Entonces pasamos al debate del deseo: si yo no lo quiero, para mí no tiene ningún valor.
Si los objetos son un procomún más, tal y como nos gustaría, deberíamos de hacerlos circular entre todos los seres humanos, gestionarlos sin que nadie pueda enajenarlos: esto es, puedes usarlos cómo y cuanto quieras, siempre que permitas que el resto de la comunidad disfrute también de ellos.
Dado que hay -seguro- muebles suficientes en el mundo como para que todos podamos estar sentados, tumbados y apoyados, y tengamos un lugar para poner la tele -que también hay suficientes para que todas las familias tengan una-, ¿cómo podemos hacer que circulen?.
Bueno, pensando en que siempre hay alguien que no quiera algo que tú quieres.
Si ponemos la línea en si lo quieres o no, entonces el debate sobre si lo necesitas queda zanjado: todo el mundo quiere aquello que necesita. Sobre la cuestión de las jerarquías (el rico que quiere su enésimo mueble antiguo o el rico que cree que necesita una cómoda de 1950, la familia pobre que quiere una tele antes que un colchón, el niño que prefiere una consola a unos zapatos) entraríamos en terrenos de la psicosociología, y en esos terrenos, negar la mayor de que el dinero es nuestra manera de medir el mundo siempre resulta de gran interés para cambiar el mundo en el que vivimos.
Por otro lado, es muy interesante contar, otra vez, que los muebles que recoge el ayuntamiento (al menos en la ciudad de Madrid, 5 millones de habitantes) van en su mayoría directamente al vertedero [en la foto, el pozo de voluminosos del vertedero de Valdemingómez de Madrid]: la mezcla de materiales en los mismos hace muy complicado separarlos para reciclarlos, los barnices convierten a las maderas en no reutilizables, etc., etc. Generalmente la economía del don no funciona para voluminosos por el problema que supone almacenarlos y transportarlos, pero con la iglesia y la hipermovilidad de los migrantes de Manresa -que se consigue, en parte bajando los estándares de seguridad- esos dos problemas están solucionados. Sabemos que la economía del don también puede generar beneficios, incluso económicos: en el caso de la gestión inteligente de voluminosos, serviría para reducir el dineral que se gastan los estados en fomentar el consumo ayudando a los ciudadanos a deshacerse de sus muebles para comprar otros.
Esto es un ataque directo a la propiedad privada… ¡bolcheviques!
El origen de la propiedad privada está en el deseo anal de poseer y el origen de la felicidad está en el desprendimiento y la generosidad.
Un saludo Alberto!