La posesión de alimentos se relaciona con la fuerza. Necesitamos comer para no desfallecer. Pero además comer es muchas veces también un ritual colectivo, un momento donde la nutrición puede ser además de física, social.
Durante el fin de semana, con la presencia de Makea, Obsoletos y Chair, cenamos en el Auditori esperando la llegada del camión. Más bien en el atrio, ese espacio intermedio entre la antigua iglesia y la calle.
Toda la comida fue cocinada con el horno portátil y autoconstruido de Paco, de Obsoletos. Se trataba de un pequeño bidón de aceite vegetal dividido en su interior horizontalmente por una parrilla, dejando el espacio inferior para el carbón y el superior para los alimentos.
El ritmo de la cocción es distinto al del consumo comercial. Y así, supeditada nuestra alimentación a la velocidad de la cocción, era una forma de reconectarse con algo más orgánico que el veloz flujo de la tienda, donde la gente se lo llevaba todo como si se tratara de una manada hambrienta (a pesar de que fuera gratis, o basura, a pesar de todo).
El sábado fue el día de la integración cultural con el entorno. Para muchos fue la primera calçotada de la vida, incluso para Paco. Los calçots son una cebolla tierna que se cocina a las brasas, típica de Catalunya. Haberlos cocinado en el horno fue como mezclar autoproducción con tradición en medidas similares.
En un proyecto como la tienda gratis, y considerando que hay un grupo de gente trabajando durante el día en distintas cosas, es un acierto tener un espacio de preparación de comida y alimentación. Además de las razones biológicas o prácticas, comer es una instancia para compartir percepciones e ideas, observaciones o permitir la pura distensión.