Una tienda gratis se va rellenando y vaciando continuamente. Su comienzo es un momento anómalo, por lo excepcional, y dado que nuestra tienda no había abierto todavía, nos temíamos un efecto avalancha. Habíamos anunciado su apertura para las 18.00h, pero la gente ya había comenzado a esperar desde la hora de comer. Una playstation 1, una playstation 2, varios DVD y varios sofás eran algunas de las ‘gangas’ que había en la tienda. Entrecomillo porque, como suponéis, todo era gratis y las gangas se definían entonces por su valor de uso, nivel de demanda o deseo. Seguramente, lo que había funcionado para comunicar el evento era la acumulación de los primeros muebles en el atrio de la iglesia y el boca a oreja vecinal. También habíamos hecho una difusión mediante carteles y flyers, pero pienso que tuvo una repercusión menor. Les explicamos que ésto no era como las rebajas y que no iba a ser el primero que lo viera el primero el que se iba a llevar el objeto en cuestión. La explicación no sirvió de mucho y poco antes de la hora prevista había ya mucha gente esperando en la puerta. Antes de abrir explicamos las reglas del juego: si varias personas estaban interesadas en un mismo objeto se procedería a un sorteo, así que dejábamos los primeros 10 minutos para libre paseo por la tienda sin posibilidad de sacar nada de allí. También nos preocupamos de no dejar nada a la vista que pudiera entenderse que formaba parte de la tienda gratis
Acabados los prolegómenos un tropel de no-compradores entraron en la tienda. Los Makeas y Obsoletos, que tenían su zona de trabajo al fondo, en la zona del altar, nos cuentan que vieron venir una masa enfervorecida y se llevaron algo de susto. ¡Y eso que estaban prevenidos! La gente parecía ser usuaria habitual de la tienda y sabía bien dónde estaba lo que quería. A los tres minutos varios iban camino de la salida con tresillos, mesas y vídeos. Tuvimos que volver a explicarles el mecanismo y forzar algunos sorteos para que no ganara ni la ley del más fuerte ni la del más rápido. No siempre tuvimos éxito. Cada objeto tenía una etiqueta para que una vez hubieran desaparecido todos los trastos quedara presente que habían estado en la tienda. A la salida se le pedía a la gente que nos dieran la etiqueta correspondiente al objeto que se llevaban y la rellenábamos indicando a dónde y quien se llevaba el objeto.
Aunque todo el material fuera gratis se repitieron actitudes plenamente consumistas: quiero llevarme algo a casa, lo necesite o no. Para el Francisco de las 16.03h el objetivo clave era el teclado de tres o cuatro octavas, el Francisco de las 18.25h se llevaba un casco de moto de Correos. Otra persona había cogido su teclado deseado (al que le faltaba el cable de alimentación) y Francisco había renunciado al sorteo, prefería llevarse algo a quedarse sin nada.
Puede que un mismo objeto de la tienda no hubiera suscitado ni una mirada para muchos de los allí presentes si lo hubieran visto en la acera junto a un contenedor. Sin embargo, descontextualizado y eliminada su etiqueta (mental) de que eran ‘basura’, se convertían objetos de deseo que había que poseer. A las 19.30h no quedaban casi ningún obejto y se respiraba un ambiente de tranquilidad. ¿Hasta que punto la gente es consciente de que se estaban llevando objetos traídos por el camión de trastos viejos? ¿Cuántos eran conscientes del proceso que se estaba llevando a cabo?
uno de los temas fundamentales de todo este proyecto, ahora vemos es la gestión, investigación, pregunta o disfrute del espacio intersección entre deseo, consumo, necesidad, lujo, dinero, normalidad.
y aún no sabemos qué hemos aprendido, pero unos cuantos datos hemos tomado a partir de este experimento.