El tráfico expulsa a los niños de las calles (artí­culo de El País)


foto: L. F. Sanz 14-10-2008

Interesante artí­culo sobre el uso actual que se hace de «la calle» y como afectan los cambios en el espacio público a las personas más indefensas o vulnerables (en este caso los niños, aunque también podríamos incluir en este aspecto a ancianos y discapacitados).
Es importante al leer este artí­culo ampliar la mirada, los niños por sus caracterí­sticas particulares (eso de que están corriendo para arriba y para abajo todo el tiempo, son pequeños y les gusta explorar hasta dentro de sus calcetines) son especialmente sensibles a los cambios que se producen en su entorno pero no hay que olvidar que lo que les afecta a ellos en un primer momento no tarda en llegarnos al resto de usuarios.

Prohibido el paso a los niños. El cartel no existe, pero no hace falta. Se sobrentiende: hace tiempo que han sido expulsados de las calles de las grandes urbes. La ciudad no acaba de llevarse bien con los niños. Más aún: le estorban. Ellos han aprendido la lección y desertan de las avenidas surcadas de tráfico. Aunque tienen sus islas, sus pequeños trozos de asfalto al abrigo de coches. Los padres asumen el veto y saben que sus hijos sólo pueden salir con adultos. Pocos son los que van solos al parque o por el barrio antes de los 12 años, o como mucho a los 10. Guillermo, de 11, ya puede acercarse al parque contiguo, en los alrededores de la plaza de Oriente de Madrid. Se le ve recorrer su manzana en patines con otros chicos, paseando el perro o con su hermano menor, de nueve años. Su madre controla visualmente gran parte de sus movimientos desde la terraza. «Si van juntos me da más confianza. El pequeño sale gracias a su hermano; solo, no. Y a la vez, acompaña al mayor», explica. De dos en dos, sí; uno, no, demasiado riesgo. En algunos distritos apenas se ven niños. En todo caso, niños en coche, en autobuses escolares o en espacios definidos, sean parques, centros comerciales o de ocio. O con el móvil en el bolsillo, como Blanca, de 12 años. Acude a clase de flauta e inglés en una calle perpendicular a la suya y resuelve pequeños recados por el barrio. Su madre suele llamarla para saber por dónde va y si ya llega a casa. Como Blanca, uno de cada dos niños entre los 6 y los 11 años usa móvil.

Son invisibles, afirma la socióloga Lourdes Gaitán, coordinadora del curso experto en Políticas Sociales de Infancia de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Complutense. Invisibles a pesar de que los menores de 14 años sobrepasan la cifra de 6.619. 000. El tráfico es el gran enemigo, la gran barrera. «La ciudad parece estar al servicio de adultos que se mueven en coche», reconoce Gaitán. Los niños, como otros peatones vulnerables, «viven en la sombra», señala. Aun así, los parques son «espacios conquistados» para el juego. Los niños necesitan el contacto con sus iguales y llenan cualquier plaza o simulacro de espacio verde que vislumbran. Llenan sobre todo su cuarto de amigos invisibles, de juegos inventados en los que ellos mismos se preguntan y responden. «Juegan lo mismo que antes. La naturaleza de la infancia lleva al juego porque es su forma de relacionarse con el mundo», afirma Fernando Vidal, profesor de la Universidad Pontificia de Comillas. «Los niños son capaces de jugar y crear su mundo incluso en condiciones extremas», recuerda. Vidal y la profesora Rosalí­a Mota son los autores de una reciente encuesta sobre el estado de la infancia en España en 2008.

Así­ pues, juegan. «Quizás menos, al tener más actividades extraescolares. Éstas se han disparado», sostiene el profesor de Comillas. «Un tipo de juego menos social (con poca calle, menos vecindad y menos hermanos)», continúa. Los hijos únicos o los que pasan parte de la tarde en casa solos (estos últimos, un 17%, según la citada encuesta) recurren con frecuencia al videojuego. Y bañan y alimentan a perros virtuales que se mueven a través de su voz («Sultán, ven, bonito»), o vuelan con maravillosos o insólitos personajes de los manga japoneses a los que humanizan hasta lí­mites obsesivos. Un personaje de la televisión o de la videoconsola les resulta más familiar que esos primos a los que prácticamente nunca ven. «Su acceso a Internet no está suficientemente extendido como para decir que la Red ha sustituido a la calle», matiza Vidal. Pero el mundo virtual crece en sus cabezas y puede llegar a pesar demasiado en sus vidas. «Hay que tener precaución con los chats y foros: en ellos uno se encuentra todavía más violencia (verbal) que en la calle por los numerosos trolls (provocadores o saboteadores adultos que se hacen pasar por niños) que los recorren», agrega Vidal.

No hay muchas alternativas en una sociedad que camina hacia el hijo único. En España, todavía, más de la mitad de los niños cuentan con un hermano con el que compartir juegos y peleas. Sin embargo, entre el 14% y el 15% de los niños de 6 a 14 años no tiene hermanos. Y un 5% de los que sí tiene alguno, no convive con él. Eso significa que un 19% vive únicamente con sus padres o con otros adultos. Si carecen de primos y los amigos de sus padres no cuentan con hijos de edades similares a la suya, su círculo social se estrecha. Son reyes y reinas de hogares donde los juguetes pueden llegar a ser excesivos y a la vez nunca suficientes. Para contar con compañeros de juegos tienen que recurrir a sus padres o abuelos, encontrarlos en el colegio o salir al parque en su búsqueda. Allí­, en el parque, suelen estar los amigos del barrio, a condición de que padres o niñeras coincidan.

«A tapar la calle, que no pase nadie…». Hay niños que todavía entonan esta vieja canción, pero no pueden poner en práctica su letra. Esa calle imaginaria ya no existe, y la real constituye un espacio escaso y disputado. «La experiencia de la calle que vivieron los chicos de los setenta y ochenta estuvo marcada por una fuerte crisis económica que la volvió insegura», recuerda Vidal. «Por otra parte, una generación de nuevas violencias contra los niños, como el secuestro y la muerte de Mari Luz, junto con la difusión amarillista por televisión de los sucesos de Alcàsser o la desaparición de Madeleine, nos ha hecho extremadamente precavidos. Se trata, ante todo, de una cuestión de seguridad y es difí­cil que se revierta, excepto en lugares vigilados de urbanizaciones», añade el experto.

«La ciudad es muy agresiva para los niños, pero el juego forma parte de su desarrollo social», indica José Luis Linaza, catedrático de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Universidad Autónoma de Madrid. «Los niños siempre encuentran una pared o una pequeña plaza para jugar. Yo he visto a un grupo jugar a las chapas junto a la iglesia de la Madelaine, en Parí­s, ajenos a la gente que acude al templo o que transita alrededor», explica. Juegan a lo de siempre, opina Linaza: hay juegos que se repiten desde siglos, algunos desde el Renacimiento. Pueden surgir nuevas versiones pero siempre es el mismo: el pilla-pilla, esconderse, policí­as y ladrones, la rayuela. «Por ejemplo», anota Linaza, «hay un juego secular, un tanto cruel, el de la peste, que en algunos colegios hemos visto sustituido por el del sida… No entienden qué es exactamente, pero les basta con saber que es algo negativo, una enfermedad, y se la adjudican a la víctima o a quien quieren aislar o molestar».

Fernando Vidal cree que las nuevas generaciones «tienden más a construir su propio mundo en su habitación. Primero porque al ser más frecuente el hijo único, éste es el propietario único de su cuarto. Segundo, porque las habitaciones tienen dotaciones hasta hace poco impensables: el 40% tiene televisión en su cuarto, equipos de música, ordenadores e Internet por wi-fi», enumera. Según los datos manejados en la encuesta, 6 de cada 10 niños prefieren estar en su cuarto. En Japón ya ha aparecido el fenómeno del rooming, la patología por la cual el niño se enclaustra en su habitación todo el tiempo que puede, hasta el punto de merendar y cenar allí­.

En el universo urbano, el patio del colegio cobra para José Luis Linaza un papel protagonista, «por ser un espacio vital para relacionarse». No andan descaminados los pequeños que todavía creen que van al colegio a jugar, y no sólo a aprender. Las actividades extraescolares en el centro o en los polideportivos próximos, todavía insuficientes, compensan la tendencia al sedentarismo de unos niños abocados a condensar su ocio bajo cuatro paredes.

«Algunos juguetes han dejado de usarse pero los juegos suelen permanecer en su principal estructura», opina Vidal. La revolución de los videojuegos, al final de los ochenta, cambió en parte las reglas. Pero también en ese campo, «las tecnologías multijugador favorecen la sociabilidad. Lo que un niño hací­a antes con soldaditos de plástico hoy lo hace con soldaditos de píxeles». Después de todo, «a no aburrirse se aprende», sigue Vidal. «Tienen muchos recursos para divertirse pero les falta aprender a construirse sus propias herramientas. El videojuego es divertido pero crea una intensa adicción y pasividad. Con tanto aparato les hacemos más ricos pero menos autosuficientes», concluye.

«Me voy un rato por ahí». Si un niño dice esta frase es que vive en un pueblo. A ningún menor de 10 años residente en una gran ciudad se le ocurre bajar a la calle a explorar sin un motivo concreto. ¿Adónde ir? Gaitán, sin embargo, se asombra de cómo los niños recobran espacios. «Los adultos solemos tener una visión nostálgica de nuestra infancia y creemos que los niños de hoy gozan menos de ella, pero lo cierto es que se las arreglan para jugar y apoderarse de zonas de paso o de poco uso. Autora del estudio La ciudad y los niños, centrado en Madrid, Gaitán ha visitado de la mano de los pequeños algunos de sus espacios secretos y ha descubierto que en verano unas niñas vecinas del parque madrileño del Retiro salen de casa con bañador y toalla y se refrescan en la fuente; que en una pequeña plaza los propios niños organizan partidos de fútbol o que en otro parque los chavales se han apropiado para sus juegos de un escenario que no se utiliza… Es la lucha por hacerse notar en una ciudad que les ignora. «En ese sentido, hay que alentar las intervenciones urbanas que devuelven el espacio a vecinos y pequeños», defiende la socióloga.

La psicóloga Silvia Álava cree que la calle fomenta la participación. «Antes de jugar tienen que negociar y decidir entre todos a qué van a jugar, cuáles son las normas… Se dan procesos de atención y de aceptación de unas reglas previamente acordadas por el grupo, un aprendizaje muy valioso para su futuro», observa. «Los juegos que se celebran en la calle», añade, «permiten una mayor movilidad de los niños: además de hacer ejercicio, se trabaja la psicomotricidad, la coordinación (con juegos de saltar a la comba, o a la goma) o el desarrollo de las destrezas finas, como puede ser jugar con la arena. Eso sí, no les llevemos al parque con una consola portátil», advierte.

«Las contradicciones abundan. Hay padres que apelan a la seguridad para que no jueguen en la calle, pero a veces terminan dejándoles para evitar que pasen toda la tarde con los videojuegos. Por otra parte, es tan infrecuente ver niños solos que cuando algunos pasan mucho tiempo en la calle, los primeros en criticar a los padres son los vecinos», apunta Gaitán.

El muro protector se rompe en la adolescencia, cuando los chicos reclaman libertad total para quedar con los amigos. El contraste es fuerte. Algunos pasan en el mismo año del parque a la discoteca juvenil o al botellón. «Es un error hacer las cosas de golpe», opina Álava. «Conviene hacer a los niños autónomos y responsables desde pequeños, y que al llevarlos a la calle o al parque dejemos que se desenvuelvan ellos para darles una mayor seguridad; que sepan que estamos ahí, pero que ya son mayores para jugar solos. Conviene que los hagamos prudentes, pero no miedosos. Dejémosles que hagan cosas dentro de lo que resulta acorde con su edad. Quizás es pequeño para ir solo a por el pan, pero el adulto puede esperar en la puerta de la panadería y que el niño pida y pague el pan, de esa forma se sentirá importante, aunque el adulto controle la situación», asegura. «Si aprenden a ser autónomos, llegarán a la adolescencia en mejores condiciones», sostiene.

Artí­culo publicado escrito por Inmaculada De La Fuente en el periódico El País el 14-10-20008
Para ver el artí­culo original pinche aquí­.

Un comentario en «El tráfico expulsa a los niños de las calles (artí­culo de El País)»

  1. Estoy deacuerdo con el articulo, yo antes de pequeño estaba todo el dia jugando al futbol por la calle con los amigos, ahora ya ni se ven chavales con un balon.

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